Oscar Müller Creel
- Oscar Müller es Doctor en Derecho y tiene el grado de Maestro en Administración de Justicia y candidato a maestro en periodismo. Es originario de la ciudad de Chihuahua, México. Es colaborador en Radio Claret América de Chicago Illinois, en temas de Derechos Humanos y Administración de Justicia y sus columnas de opinión se han publicado en el periódico Hoy del grupo Tribune Publishing Company de Chicago Illinois EUA, la cadena noticiosa Hispanic Digital Network de CISION, así como en el Heraldo de Chihuahua del grupo Organización Editorial Mexicana. Ha escrito libros sobre Derechos Humanos y Ética del Abogado, así como artículos científicos en Universidades de México, Colombia y España. Correo: [email protected]
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La batalla del lago de Texcoco
Por Oscar Müller C.
Valerosos mexicanos ya veís como nuestros vasallos todos se han rebelado contra nosotros. Ya tenemos por enemigos no solamente a los tlaxcaltecas y cholultecas y huezonicas, pero a los tezcuanos y chalcas y chuchimilcas y tepenacas, los cuales todos nos han desamparado y dejado y se han ido y llegado a los españoles y vienen contra nosotros.
Por lo cual os ruego que os acordeís del valeroso corazón y ánimo de los mexicanos chichimecas, nuestros antepasados, que siendo tan poca gente la que en esta tierra aportó, se atreviese a acometer y entrar por muchos millones de gentes y sujetó con su poderoso brazo todo este nuevo mundo y todas las naciones, no dejando costas ni provincias lejanas, que no corriesen y sujetasen, poniendo su vida y haciendo al tablero, por solo aumentar y ensalzar su nombre y valor.
Esas son las palabras que según Fray Durán, citado por el historiador británico Hugh Thomas, utilizó el Tlatoani Cuauhtémoc para arengar a su gente cuando Tenochtitlan se vio atacada por sus enemigos dirigidos por los españoles.
Tenochtitlan, la ciudad de los mexicas, estaba en donde el centro de la ciudad de México actual, pero al momento de la conquista en 1521, se encontraba rodeada de agua, de lo que fuera el gran lago de Texcoco y la batalla por su conquista sería naval en su mayor parte. Esto fue lo que motivó a Cortés para elegir a Martín López para la construcción de las naves que ayudarían en la batalla por venir, este hombre era marino experto y tenía conocimiento del arte que se necesitaba para armar los navíos.
Cortés sabía que si instalaban los astilleros en la orilla del lago, la obra se retardaría pues los mexicas seguramente hostigarían a la gente que trabajara en ellos, dado que contaban con miles de canoas; por lo que las naves se construyeron a cosa de tres kilómetros del lago y para ello auxiliaron miles de hombres de las ciudades próximas a Texcoco, construyendo un canal de cerca de tres kilómetros; lo que les permitió botar, a finales de abril de 1521, doce bergantines que podían ser impulsados por vela y remos; la mitad tenía un mástil y el resto dos; cada uno tenía capacidad para 25 o 30 hombres y la nave capitana medía cerca de 20 metros; cada nave tenía un pequeño cañón de bronce y la principal uno de hierro.
Los bergantines fueron botados en medio de disparos de salva y la algarabía de los castellanos y sus aliados, que según algunos comprendían 60 mil texcocanos y 200 mil más de muchas otras tribus. Lo cierto es que se desconoce cuál era el número de aliados nativos, pero fácilmente deben haberse contado por decenas de millares si se considera la magna obra que debió haber sido el construir doce naves y un canal de tres kilómetros por donde navegaran.
Cortes dividió sus tropas en cuatro, una para el asedio naval y el resto para ocupar las tres calzadas que daban acceso a la gran ciudad, Tacuba, Coyoacán e Iztapalapa. Pedro de Alvarado y Cristóbal de Olid, el 23 de mayo tomaron el cerro de Chapultepec y con esto cortaron la principal arteria que surtía de agua potable a la ciudad, ambos capitanes pasaron las siguientes semanas tratando de nivelar las calzadas que les correspondían para permitir el paso de la caballería por ellas, pero era una labor por demás difícil pues estaban continuamente hostigados por los defensores que se acercaban en canoas y les agredían con proyectiles. También se apoderaron de cuanto maíz y demás alimentos encontraron en los territorios que rodeaban la gran ciudad, pues la intención era vencer a los mexicas por inanición.
Cuando el viento fue favorable las naves se dirigieron hacia Tenochtitlan, pero cientos de canoas les salieron al frente y, adivinando que en la nave insignia iría Cortés, centraron su ataque en esta pero Cortés no se encontraba en ella pues había quedado en la isla de Tepepolco en un exitoso intento de tomar ese bastión clave en la defensa de los mexicas; fue Martín López quien, ante la vergonzosa huida del capitán Rodríguez de Villafuerte, hizo frente a los atacantes que surgían por cientos, despejó la cubierta de la nave y, con un disparo de ballesta, dio muerte al señor que comandaba los nativos.
Más historias surgen de esa odisea que fue la conquista de Tenochtitlan considerada por los historiadores, junto a la Guerra de las Galias por Julio Cesar medios siglo antes de nuestra era, como las grandes hazañas bélicas que son estudiadas en las academias militares.
Una última reflexión me brota de la primera parte de esta aportación, si bien fueron los castellanos, que no españoles, quienes dirigieron la conquista de la urbe más poderoso de Mesoamérica en aquel tiempo, esta hazaña no se hubiera dado sin la asociación con las centenas de pueblos originarios que se adhirieron en su lucha contra el odiado enemigo.